sábado, 29 de mayo de 2010

Pueblo y Revolución.


ÁLVARO OBREGÓN

          Cuando se siente el apoyo de un pueblo viril, de un pueblo honrado, de un pueblo consistente, no se vacila.
            El pueblo consciente, el que lleva a su hogar el pan ganado con el sudor de su frente, ha estado y estará siempre con la Revolución.
            Los pueblos se pacifican con leyes, y las leyes se defienden con rifles.
            Pero esas leyes y decretos que forzosamente deben tener un fondo social para favorecer a las clases trabajadoras, explotadas y oprimidas, lastiman necesariamente intereses propios que crearon a la sombra de gobiernos inmorales, y se acrecentaron con las lágrimas y el sufrimiento de nuestro pueblo.
            Cuando esas leyes y esos decretos se pongan en ejecución, no faltará, en mengua de la civilización, quien pretenda violaras y derribarlas contra todo principio de moralidad y de derecho. Y entonces contra esos ataques y esas mezquinas intrigas será cuando debamos estar preparados para defender nuestras instituciones con las armas en la mano; para defender los frutos nacidos de las semillas, sembradas por la Revolución y regadas con sangre de los patriotas.
            No es ahora una sorpresa para mí que este mismo pueblo se haya congregado en masa para recibirme con vivas muestras de cariño y adhesión hacia mi candidatura, y es que ahora, como en aquella vez, mi conducta no ha cambiado.
            Los pueblos que saben ejercitar sus derechos se ahorran el sacrificio de acudir a las armas.
            Debemos decir al pueblo: apréstate a la lucha como un solo hombre y no temas; en el horizonte de la patria hay una nueva aurora, no habrá en el futuro imposiciones; hagamos votos para que nuestros mandatarios respeten la soberanía nacional.
            Vengo buscando el corazón del pueblo, y antes de emprender esta contienda política no consulté cuántos poderosos apoyarían mi candidatura ni cuántos jefes militares la impondrían por la fuerza.
            Contamos con nuestra fuerza moral incontrastable y no podremos ser vencidos por nadie dado que nos apoyan las moradores de toda la República: seguiremos luchando y sólo apegados a la ley. Pero si nuestros enemigos no obran así, será sobre ellos en quienes recaigan las responsabilidades ante la historia y la maldición de la patria.
            Y cuando me he resuelto a aceptar la contienda he venido en busca del pueblo, por que he querido, en caso de llegar al poder, llegar por el camino del honor para poder servir a mi patria, lejos de ser el verdugo del pueblo que ayer nos diera nombre y lustre, cuando lo condujimos por el camino del honor y la conquista de sus libertades.
            Si hacemos que s respete definitivamente la voluntad popular, y que por ella valla al poder un hombre de su elección, habremos sentado un precedente que será la piedra angular para la consolidación de nuestros principios democráticos.
            El pueblo ha evolucionado ya, y está resuelto a hacer uso de sus derechos y de las libertades por cuya conquista se debatió por tantos años en una guerra ruinosa y sangrienta.
            En nuestra patria ha venido produciéndose siempre una lucha, con idénticos síntomas: los hombres del poder – con rarísimas y honrosas excepciones- tratando de conservarlo a toda costa, y siempre el pueblo tratando de libertarse de esa tiranía, de esas castas oligárquicas que vulneran los derechos.

            Desde que se inició este movimiento político lucharon dos clases de intereses: los intereses materiales y los intereses morales: un grupo de hombres que se ha congregado alrededor del poder publico, ocupando puestos elevados, encaminó todos sus esfuerzos a satisfacer sus ambiciones acumulando riquezas, y se acostumbró a una vida que no podía perpetuarse en esos puestos; y cuando el pueblo iniciaba un movimiento democrático para designar un representante que recibiera el poder, los hombros de aquel grupo creyeron que el pueblo de la Republica les daría su confianza y los dejaría en el poder. Quisieron llegar hasta el pueblo y éste los rechazó por que no habían cumplido fielmente la misión que les había confiado, pues en vez de cuidar la moralidad administrativa y de dignificar la patria, dedicaron sus esfuerzos a improvisar fortunas.
            No quiero atacar a esos hombres para invitar al pueblo a que me secuende en este movimiento político; quiero que si el pueblo deposita en mí su confianza, no sea ello por eliminación. No necesito atacarlos para que el pueblo me secunde en este movimiento por que el pueblo ya sabe que yo no he violado los fueros de la dignidad ni de la decencia; y así lo están confesando ahora nuestros enemigos.
            De antemano podemos augurar el resultado: cuando el pueblo, en masa compacta, se congrega alrededor de los hombres que no tienen más bandera que la verdad y la justicia, estos principios están a buen resguardo y no podrá haber ninguna imposición que pueda llevarse a la práctica.
            Los pueblos que economizan su sangre son siempre pueblos esclavos; las libertades se conquistan a bote de metralla por que los tiranos es el único idioma que entienden.
            El origen de nuestras desgracias nacionales radica, a no dudarlo, en la falta de cultura de nuestro pueblo.
            Es indispensable que nos demos cuenta de las responsabilidades que pesan sobre nosotros y las responsabilidades que pesan más directamente sobre los hombres de ilustración y de alguna inteligencia, por que son, como antes decía, los factores que tienen que encauzar las corrientes de la opinión pública.
            Ese pueblo, con el que he podido vivir vinculado durante muchos años, ha ido a la lucha a llevar un poderoso contingente de sangre a cambio de una esperanza que venga a alegrar las tinieblas de su vida.
            Para colaborar en la nueva organización del mundo, con el contingente que sus propios deberes y aspiraciones le exigen, México se propone levantar constantemente el nivel moral y mental de su pueblo.
            Decía, y quiero repetirlo ahora, que por ventura para nuestra patria ni el pueblo está tan abajo ni los gobernantes están tan arriba.
            Los directores de este movimiento, fieles a los dictadores de nuestra propia conciencia, no  hemos realizado otra obra que interpretar fielmente a los nobles anhelos de nuestro pueblo, y marchar resueltamente al frente de ese pueblo, a dondequiera que el destino ha reclamado nuestra presencia.
            En las luchas por el bienestar y las libertades, el pueblo mexicano ocupa un lugar avanzado; no pensamos dar un solo paso hacia atrás, ya que ninguna fuerza nos obligará a dar media vuelta.
            Los pueblos que como México ofrecen en holocausto de sus libertades un contingente de lágrimas y de sangre como el que ofreció durante 15 años de guerra intestina, tienen derecho a la aspiración suprema consistente en la consolidación de sus leyes, que cristaliza los anhelos populares, y que son la base de nuestros estatutos futuros.
            Nada sacude más intensamente nuestro espíritu que las manifestaciones en que sentimos que convivimos una vida común con las masas populares. Nada impresiona más a los hombres que hemos venido de cunas humildes, que ver cómo se agrupan los ciudadanos para la defensa de los intereses comunes cuando la causa de los humildes se pone en peligro.
            La lucha fue cuenta: pero la victoria fue del pueblo, por que el pueblo ya había aprendido a conocer su propia fuerza, ya había aprendido a defender sus propios anhelos, y había aprendido a presentar su pecho generoso a los proyectiles de los traidores.
            Los que tenemos la experiencia de lo que significan las necesidades del trabajo sabemos traducir el significado de este espectáculo. Es natural que los hombres de esta región, pobres todos y campesinos todos, estén aprovechando en estos momentos el tiempo que les falta para realizar sus siembras, y no habiendo podido venir a saludarnos han mandado a sus esposas, a sus madres y a sus hijas. Yo quiero aprovechar esta oportunidad para enviar un saludo cariñoso a todos los trabajadores que no pudieron venir, y que aprovecharon el conducto de sus madres, de sus esposas y de sus hijas para saludarnos.
            Es el pueblo el que ahora vela como centinela por sus propios intereses y sus propios derechos, y a él corresponderá el fallo en unos meses más, y nosotros estaremos satisfechos de haber cumplido con nuestro deber llevando la verdad ala conciencia del pueblo.
            Iremos al triunfo y ya no serán la zozobra y el infortunio los que venga a ahuyentar de los hogares honestos la felicidad y el bienestar. Será la ley emanada del propio pueblo la que nos dé la victoria.
            No creo en el valor personal e individual cuando se trata de cosas populares. Un hombre no puede valer lo suficiente para darle las libertades a un pueblo, para darle sus derechos y prerrogativas. El propio pueblo está capacitado para gobernarse a sí mismo, y es el que designa en las luchas democráticas quién debe asumir la dirección.
            Es por eso que continuamos la lucha desafiando la ira de la prensa reaccionaria, que ha visto con profundo dolor cómo han fracasado ya sus candidatos, y quiere ahora torcer la conciencia nacional diciendo que el pueblo nunca ha conquistado su soberanía, y que no deben existir en nuestro país los gobiernos democráticos emanados de la voluntad.
            Los eternos enemigos de la Revolución, que radican en su mayoría en esta ciudad, han pretendido hacer creer al pueblo de México que los revolucionarios lo consideramos como un pueblo prostituido; los prostituidos son ellos, los que e quieren hacer llamar la clase directora.
            Yo nunca he consultado mi capacidad cuando he necesitado servir a mi patria. La voz del deber ha sido mi norma, y para definir el deber he usado mi criterio; ésta es la obligación que tenemos todos los hombres honrados, y con esa obligación he cumplido.
            Cuando la miseria me arrancó de la escuela para buscar los medios de subsistencia, el deber me dijo: Sé carpintero, y cogí el serrucho y llevé a mi casa el pan que me daba mi sudor.
            Nuestra historia nos enseña que los movimientos armados que han venido conmoviendo a la República han seguido una trayectoria que podríamos llamar monótona, por que se han venido repitiendo los mismos ciclos y con los mismos aspectos: a cada movimiento revolucionario le han sucedido una dictadura, y a cada dictadura le han sucedido una nueva revolución producida por el choque de los intereses morales con los intereses materiales.
            Tenemos el derecho de creer que en esta ocasión ninguna fuerza intentará forzar la opinión pública, y tenemos el derecho de  creer esto por que el actual Gobierno, emanado de la Revolución, tuvo su origen precisamente en la defensa del derecho del sufragio.
(Por) más de cien años hemos tenido guerra para conquistar el sufragio; debemos cuidarlo para que no sea endosado como letra de cambio.
Las revoluciones no son manantiales de bienandanzas: son sacudimientos que a los pueblos causan grandes daños, y sus frutos no pueden recogerlos sino las generaciones venideras.
La Revolución mexicana, en la que he venido tomando alguna participación desde que se iniciara, ha traído como base los anhelos más nobles y los anhelos más puros. Sus caudillos no todos respondieron; muchos prostituyeron sus galones y los convirtieron en dones. Muchos agitaban al pueblo con detrimento y desprestigio de la parte fundamental que persigue nuestra Revolución. Por eso nuestras revoluciones no habían terminado. Las revoluciones nunca terminan mientras no llenan su objetivo.
Todos saben también que mi administración se caracterizó por la sinceridad de propósitos de honestidad con que fueron manejados los fondos públicos. Se lesionaron grandes intereses materiales, es verdad, pero se imponía acatar los justos anhelos populares que dieron aliento de vida a nuestra gran Revolución, y que convertidos en leyes fueron catalogados en nuestra Constitución de Querétaro como piedra angular que serviría de base a la redención moral y social de nuestras clases proletarias de las ciudades  y los campos que la Revolución había proclamado redimir.
El programa de la Revolución, hecho ley,  no podía desarrollarse naturalmente en cuatro años; era tarea que requería varios lustros, y a mí correspondía solamente plantearlo e iniciarlo, abarcando sus aspectos sustanciales y emprendiendo desde luego la parte que a mí correspondía desarrollar.
Mientras  la Revolución tenga un representativo honesto y de carácter en la Primera Magistratura de la Nación, las leyes serán buenas para proteger los intereses y prerrogativas que la Revolución decretó para la reivindicación moral, social y política de las inmensas mayorías cuyos sagrados derechos habían sido pospuestos antes en beneficio de  un reducido número de privilegiados.
Los agentes de la reacción propagan la alarma, porque se expiden leyes que aparentemente consideran malas, y que por afectar las viejas costumbres les oponen resistencia, suponiéndolas dañosas. Pero dichas leyes están inspiradas en la buena fe, y lejos de causar perjuicios causan beneficios.
La única guía del Gobierno es reconocer las promesas de la Revolución. No importa que nos equivoquemos, pues es fácil volver al punto de partida y buscar nuevas rutas sobre el mismo principio, que consideremos salvador de la humanidad.
La Revolución no podrá fracasar sino arrastrada por una corriente de inmoralidad que pudiera contagiar en un momento fatal a todos los revolucionarios de la República.
Es el revolucionario, en el concepto de nosotros, el hombre que pugna por que predominen en nuestra nación los valores morales y espirituales.
La Revolución nos ha dado el privilegio incomparable de poder constituir, con la inmensa masa del pueblo mexicano, una entidad moral y otra nacional que se llaman Gobierno y Pueblo.
De 1910 a la fecha, la Revolución se ha visto muchas veces en peligro; se ha visto mucha veces en peligro por que sus directores han incurrido o hemos incurrido, si me vale la palabra, en el error sustancial de suponer que la Revolución ha triunfado en algunas de las épocas en que sus movimientos sociales y  políticos han determinado un triunfo transitorio. Incurrir en el error de que la Revolución pueda triunfar definitivamente algún día es colocar una ventaja en las manos de nuestros adversarios.
La Revolución mexicana no puede pensar en obtener la victoria definitiva en ninguna de las épocas de su lucha por que sustenta en sus anhelos una nobilísima generación de aspectos sociales y de aspectos humanitarios y políticos, que no es sino la eterna lucha entre el bien y el mal, que no es sino eterna lucha entre los valores morales y espirituales contra los valores materiales, y mientras existan espíritus vigorosos que se enfrenten a ellos para subyugarlos y hacer preponderar en la patria los intereses morales y los anhelos espirituales, la lucha tiene que ser eterna.
Es necesario, entonces, que nos demos cuenta, todos, que la lucha está latente; que las pequeñas treguas que nos da la reacción no son sino una estratagema para ver si nos ofusca la victoria y quebrantamos nuestra energía entregándonos a los apetitos y a las luchas de grupos que, generalmente, se suscitan entre el Partido Revolucionario cuando sus directores creen que han obtenido la victoria.
De acuerdo con las doctrinas de la Revolución, hemos venido a la conclusión de que al poder no deben asaltarlo por la violencia de los hombres que tienen bajo su mando un mayor número de fueras armadas; hemos llegado a la conclusión de que es la soberanía nacional la única que puede designar a sus representantes.
Tengo la impresión de que el triunfo definitivo de la Revolución tuvo su origen en el fracaso de la Convención de Aguascalientes.
Cargamos con gran responsabilidad, de la cual habrá de depender nuestra acción. Es error creer que algunos han hecho más por la Revolución que otros, pues todos hemos hecho el esfuerzo máximo dentro de nuestras facultades.
Si los hombres de la Revolución cometiéramos el error imperdonable de hacer la política una mercancía o una gracia para favorecer a nuestros amigos o a nuestros favoritos, provocaríamos un fracaso moral para la Revolución.
La reacción contra la Revolución representa el mal contra el bien,, y por este reajuste de valores morales y materiales no puede resignarse a perder las ventajas materiales que tenían antes de la Revolución.
La reacción que representa el mal no se contrae a ejercitar su acción dentro del limite de nuestras fronteras, y se alía a los grandes intereses materiales de mas allá de nuestra patria  que se sienten afectados en esta lucha que sostiene México para buscar un reajuste.
Desde que puse mi vida al servicio de la Revolución he considerado que será una fortuna para mí perderla.
Diga usted al Primer Jefe que muero bendiciendo a la Revolución.

Aportación del Lic. Rosalio Chavero Montes.

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